Se equivoca el que achaca su estado de amargura a la felicidad ajena. - Claro, si tu tuvieses lo que tengo yo encima... Y no niego que hay pesos insoportables, pero no sonríe mas el que nunca cayó, sino el que a fuerza de hacerlo aprendió a precipitarse al suelo con cierto grado de elegancia y que dominó como nadie al arte de sacudirse el polvo de la vestimenta con el gracejo de una bailarina clásica. El miedo a tropezar amputa el paso y sin paso no hay camino hacia ningún lado y te conviertes en estatua de sal que, poco a poco, se degrada con el viento hasta desmoronarse, desaparecer de la presencia y la memoria. Polvos fosforíticios de melaza almizclera, papelinas de belcanto y volutas de plomo fundido a cero grados. ¿Quién me quita el resuello de la carrera en esta tormenta brava de primavera?.
El fuego camina a mi lado, pequeña Perséfone