La noche prometía, lo supe cuando mi amiga dijo sin ironía ni sonrojo alguno: - Que traigan algo de beber, aunque sea champagne. Y entonces entraron las siete mujeres que uno de los invitados le había regalado al homenajeado y yo pensé que aquello era una performance del Lago de los Cisnes versión dorado lujuría y billetes rosados. Reí. Nos bebimos tres copas de brebaje caro y luminoso a juego con las piernas de las profesionales y luego brindé con los diamantes de la Madamme que me confesó que el vitiligo de su hijo le preocupaba sobremanera. En el baño, la novia de la boda que celebraban al final del pasillo bailaba un Vals agónico con la porcelana Roca y mientras se le escapaba la vida, las horquillas y el bello recuerdo de un día inolvidable, salté por encima de su cola de seda. La alarma antincendios les mordía el sueño a todos los durmientes. Eran las cinco. La mujer menuda de seguridad tenía cara de pocos amigos cuando salí del baño y le pregunté por el alcance del riesgo: -Ning...
El fuego camina a mi lado, pequeña Perséfone