Quiero que no suceda absolutamente nada más. Quizás lo deseo porque lo prefiero a que lo que pase me arrebate la esperanza, la de ser un cruce de caminos en tu cama. Quiero sobrevivir burlando el miedo a enfermar de soledad eterna. No es de recibo estrangularse las ganas de tatuarme tu nombre en la lengua a golpe de trompeta. En tu nariz se columpia el tiempo, justo en el corte que no existía, el del antes y del después mientras parpadeas tranquilo porque estás a salvo y en casa. En el corcho del pasillo has colgado la vida y entre los pliegues de las sábanas sucias, los sueños que se convierten en calabazas a las diez. ¿Cuántas vida tengo que desperdiciar para ganar el premio?
El fuego camina a mi lado, pequeña Perséfone