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Mostrando entradas de mayo, 2009

NO SERÉ YO...

Tengo la nariz altiva y he venido a decirte que no seré yo. De entre todas no seré yo la mejor ni la peor. Ni tan siquiera seré si tu así lo deseas. Aunque estuve y aun quedo. Necedad sería negarlo. No seré yo quien te regale un muestrario con todas mis virtudes. Realmente es que no son muchas. Aun así las pocas que tengo son las que llevo bien visibles en las arrugas de la frente. No seré yo la que te venda el humo que inhalas glorioso de otros. No señor. No yo. No seré quien te mendigue amor eterno. Tampoco seré quien te lo jure. No seré yo la que salga a la puerta esperando oir tu regreso por caminos polvorientos. Tan indiferente me es tu regreso como otrora me resultó tu marcha. No seré yo la que invoque al señor de la guerra, ni a la virgen de los sicarios, ni tan siquiera al guerrero que languidece porque no encuentra un lugar digno para morir. No seré yo la que le limpie el polvo a las estatuas de tu ego. ¿Sabes quien seré sin embargo?. Aquella que te mira y te mirará por s

CUANDO NOS MATARON

"Cuando me lo contaron sentí el frío de una hoja de acero en las entrañas..." Rima XLII. Hay cosas que no pierden frescura por muchos años, siglos que pasen. Puede ocurrirte con una rima de Becquer, con una canción de "El último de la Fila" o con una pintura rupestre. Da igual. De repente un clic hace que todo pare de girar a tu alrededor y miras atrás pensando cuando fue el instante en el que moriste y no te enteraste. Ayer me senté en la mesa y crucé las piernas dejando que el zueco rojo quedara colgando del pie. Se balanceaba como valorando si era mejor caer o quedarse sujeto. Fuera jugaban niños. Bueno así lo inferí porque no los podía ver a través de la tupida cortina. La luz entraba suave, muriéndose un poco o tan solo adormecida por las horas de la tarde. Comenzó a sonar la canción y yo paré de escribir. Levanté la mirada y la posé en una foto que tiene veinte años, los mismos que la canción. Recordé una tarde de primavera todos esos años atrás en las que ot

GUARDIANES ABSURDOS

Érase una vez un hombre que tenía la misión de cuidar que ninguna planta creciera en un terreno de 100 metros cuadrados. Para cumplir su misión le dieron un fusil, pero por más que apuntaba a las plantas, e incluso, llegando a disparar, no consiguió que dejaran de crecer. Dejó el fusil sobre una piedra y se hizo con un rastrillo. La cosa empezó a funcionar. Todas las mañanas rastrilleaban el terreno y erradicaba cualquier rastro verde, por tímido que fuera. Pasó así diez años hasta que un día de primavera enfermó. Pasó diez días debatiéndose entre la vida y la muerte, y cuando consiguió reponerse volvió a su pequeño desierto y descubrió asombrado, que en una de las esquinas había una planta que, no solo había brotado, sino que había florecido. No era gran cosa, pero era lo más hermoso que había visto en los diez años que llevaba rastrilleando el terreno. Empezó a preguntarse quién fue quien le dió tan rara misión hacía tantos años. Se preguntó la utilidad de la tarea y si pasaría algo