
Érase una vez un hombre que tenía la misión de cuidar que ninguna planta creciera en un terreno de 100 metros cuadrados. Para cumplir su misión le dieron un fusil, pero por más que apuntaba a las plantas, e incluso, llegando a disparar, no consiguió que dejaran de crecer.
Dejó el fusil sobre una piedra y se hizo con un rastrillo. La cosa empezó a funcionar. Todas las mañanas rastrilleaban el terreno y erradicaba cualquier rastro verde, por tímido que fuera. Pasó así diez años hasta que un día de primavera enfermó. Pasó diez días debatiéndose entre la vida y la muerte, y cuando consiguió reponerse volvió a su pequeño desierto y descubrió asombrado, que en una de las esquinas había una planta que, no solo había brotado, sino que había florecido. No era gran cosa, pero era lo más hermoso que había visto en los diez años que llevaba rastrilleando el terreno.
Empezó a preguntarse quién fue quien le dió tan rara misión hacía tantos años. Se preguntó la utilidad de la tarea y si pasaría algo si no lo rastrilleara nunca más. Mientras reflexionaba, apareció un conejo que empezó a mordisquear la planta. No lo dudó ni un instante. Cogió el fusil, que seguía sobre la piedra y disparó. Resultó una cena deliciosa, mucho mejor que el aburrido arroz que cocía cada día.
La flor se hizo arbusto y con el tiempo dio sombra y en primavera frutos. Ningún conejo volvió o morder la planta.
Comentarios
L.O.W
No siempre me gusta lo que veo.
Otras veces si para que negarlo.
Ratón Pérez