Una dictadura es un estado en el que todos temen a uno y uno a todos.
No es mía la frase: no tengo tanto talento.
Se empieza por secuestrar bizcochos y se termina por hacer obligatorio aquello que no está prohibido.
Dictadores de pacotilla los venden en fajos de en el comercio de ciudadanos de origen chino de la esquina, pero son de gelatina, de los que se pegan en las ventanas y se derriten con el calor de la calefacción y terminan manchando los cristales y dejando una cerco indefinido en la limpieza inmaculada de la fina pared del cuarto rosa de la princesa.
Se pasa de ocultar datos de acceso restringido a ocultar el derecho natural del prójimo a respirar. Nos divierte alzar el pulgar o bajarlo a capricho ante la mirada atónita del gladiador que ya no sabe si matar o regalar rosas por San Valentín.
Se empieza levantando la mano a los amigos y se termina por robar el resuello a los vasallos hasta exprimirles las ganas de seguir caminando.
Se empieza con la autoexigencia mal entendida y se acaba ofreciendo zanahorias de plástico a los borriquitos hambrientos y sedientos que no podrán soportar otra travesía por el desierto. Se empieza con la sorpresa ante el cadáver cubierto de moscas del pollino muerto y se acaba pateando cadáver por ingrato, por morirse sin avisar, por tener la desfachatez de dejarnos tirados con la excusa baladí de la ausencia de alimento.
Se empieza por ser un Dictador y se termina siendo un dictador. Del hierro a la gelatina sólo está el salto loco de un loco desesperado. Así que yo.... me andaría con cuidado, que llevo gafas de espejo.
Comentarios
No me gusta deber favores a nadie.
Ah, y no me odies por ser inteligente, que por mucho que se diga que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, en el fondo soy más tonta de lo que estoy dispuesta a admitir.
Pero qué lento es el tiempo cuando uno espera, aunque según mi teoría de que todo pasa en el momento en que tiene que pasar......esperemos entonces.
RT