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PIEDRAS MOJADAS




- ¿A qué huelen las piedras mojadas?- pregunté.

- A trozos de minerales húmedos - contestó.

(¡Ole!, pensé yo).

Tropezar una y otra vez. Hades dice que me tropiezo constantemente porque no levanto los piés del suelo, que ando como los niños pequeños, ensimismada, dejándome envolver por mis pensamientos azarosos, y que por eso me tropiezo con los escalones, levanto todas las esquinas de las alfombras, malogro las punteras de los zapatos y juego a ser equilibrista a ratos perdidos.

He de reconocerme la manía de resbalar, de tropezar y por consiguiente, de caer.

Quien no ha resbalado nunca no sabe lo que duele caer y levantarse. El que nunca cayó de bruces no puede imaginar lo fácil que es volver a resbalarse una vez que has caído. No le podemos pedir tolerancia al que nunca ha rebalado, pues como en el caso de los que nunca amaron, es imposible explicarle lo inevitable del deseo de volver a hacer equilibrios irresponsables.

El Oráculo resbala con cierta frecuencia. Le gusta saltar sobre las rocas cubiertas de verdín que hay junto a los ríos. La apuesta es arriegada y por tanto el resbalón suele estár garantizado. A veces el Oráculo no llega a tocar el suelo, simplemente pierde el equilibrio y lo vuelve a recuperar en la siguiente roca seca. Otras aterriza aparatosamente en agua y se queda sin respiración de lo fría que está la condenada.

Caí de bruces el viernes por la noche. Me mojé toda entera. La guardia pretoriana no pudo sostenerme porque andaba luchando contra sus propios dragones más allá del bosque de lo inesperado. No es excusa, pero, ¿qué hacer cuando los sueños del Oráculo la llevan de los pelos a las piedras con verdín?. La tempestad se alejó, dejando el cielo limpio, como los ojos inocentes del que aun confía. Yo me quedé sentada en las aguas someras y frías de la corriente. Sabía que la noche sería gélida y que no hallaría fuego para secarme ni las ropas ni el orgullo. Calada hasta los huesos no me quedó otra que reirme de la flaqueza del pobre bolchevique, que diría Lorenzo Silva.

La mañana trajo luz y fuego, pero ya era tarde para mi que febril, debía pagar el precio del resbalón.

Comentarios

Ander ha dicho que…
duro caer, más duro volver a caer, y de nuevo otra vez. tormento y tormentas sobre caidas, me siento vacia como persona que no deja de caer, mas cada vez que me levanto algo aumenta y crece dentro de mi fiebre, de mis dragones. cuantas veces he de caer para que la proxima mantenga (o no) el equilibrio?
de momento pero apreciar cada segundo de la caída el viaje hacia las piedras con verdin o hacia el duro suelo de roca
Anónimo ha dicho que…
Siento tanto no haber estado ahí, para cogerte la mano y evitar la caída del resbalón; o al menos si acompañada se caé una, siempre parece que el golpe es amortiguado por el cariño, el ánalisis estúpido, o con la típica risita que tampoco conduce a nada, pero que le quita hierro al asunto; y hace sentir mejor, porque al menos después hay anécdota que contar.
Nos queda una charla pendiente.
La Diosa del Amor.
Vivencias en el Mariate ha dicho que…
La humedad en el orgullo, ahhhh!!!
cuán difícil es de secar.
Besos.
PD. Ja ja ja, ¡pero que torpecilla! ;)
Diosa del amor (suena de verdad a teléfono guarro este nombre, te juro), que no te disculpes por no estar, si es que yo tampoco os invité. No le des tanta importancia a los comentarios de la Síbila, encierran mucha metáfora interior.

Sentirse solo es estar rodeado de gente y pensar sólo en la que falta. A veces la que falta no puede estar porque ya no existe o porque tan sólo es imaginaria.

No se puede estar en todos los lugares, y menos en el sentir ajeno. Confórmate con al menos estar en ti misma, dentro de tu vestido rojo, tu vestido gris de lentejuelas o tu abrigo de pielecica. En tus zapatos de lacitos es donde tienes que estar ahora. El resto, puede esperar.

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