Me dices que Lujuria y Lascivia llevan nombre de mujer.
Me lo escupes a la cara esperando me limpie el esputo y por contra dejo que me resbale por la mejilla hasta perderse en el canal del pecho tras recorrerme el largo cuello.
Lujuria me impide alzar la mano y Lascivia me coloca la mirada a la altura de la impotencia que en ti se ensaña por la certeza de lo imposible de alcanzar a dominarme.
Y es que te empeñas en que me hinque de hinojos y no sabes que aun de hinojos la deidad no pierde su condición ni por tu alta estampa caduca la tuya de mortal.
Mira que es resbalosa la brea de tu moral que se te pega al paladar atrapándome la lengua cuando en tu boca juguetea y me sonrojas la piel de bocados y de rayas de coitos imaginados.
Me arrancas las cuerdas que me atan a la argolla de tu desprecio para llevarme como trofeo sabiendo que soy yo el paladín vencedor.
Lujuria me perfuma.
Lascivia me tiñe de oro.
Y te mueres llorando mientras el inútil cilicio te come la piel de la mía contaminada.
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