El helado de violeta sabe a mantel blanco con fuego al fondo y un reloj dorado que marca las risas.
Tiene un gusto a ironía pero un atractivo punch a inteligencia destilada en alambique fino.
El helado de violetas se sirve atemperado, con largas cucharas de alpaca y la tulipa, que es de galleta, no te atreves a tocarla por miedo a que se te olvide la última cucharada del lila elemento.
El aroma a violetas te estrujan los recuerdos y te llevan al rastrillo de los viernes, a la puerta de misa un domingo, con la abuela, a cajas de lata para guardar tesoros inexplicables.
Entre cucharada y cucharada de helado de violetas puedes llegar a comprender que los murciélagos tienen mas gracia que los pájaros y que los abuelos se mueren si se suben a los árboles.
Para acompañar este postre, una tetera amarilla llena de agua hirviendo y unas hojas de te blanco si a la camarera no le molesta ( si supone ofensa, con el agua hirviendo nos vale, no vaya a ser que luego nos niegue cerillas para el invierno).
Es tan fácil perder la noción del tiempo en torno a un helado de violetas...
Comentarios
Aunque siempre que me digais ven lo dejaré todo y me llevaré mi arbol rojo (que no verde) para compartirlo.
Mil gracias
El olor del hule de la casa de mi abuela siempre me trasporta a mañanas con legañas y a nata asomando del cazo de leche, es lo que hay...
Entre tanto, el aroma de violetas también evocará el placer de la buena compañía, la ambigüedad de los dobles sentidos, el sarcasmo de la ironía más fina y la gracia de las bromas sencillas...
Nostalgia, en definitva, de un rinconcito de felicidad compartida, que permanecerá en la memoria hasta el infinito (y más allá).
Besos descabellados para el/la irresponsable del oráculo, jajajaja.