
No atiende a razones.
Bestia rencorosa, sucia caprichosa que se enroca con el alminar de mi cautiverio, desbaratondo una y otra vez la jugada maestra.
Ha cerrado los ojos sin darme opción.
El suyo es pellejo viejo, curtido en las batallas ganadas en otros lugares que no son el mío y que, por tanto, no responde al castigo de mi espada de madera.
Cae en el profundo descanso del que despertará, sin previo aviso, justo en el momento en el que me haya acostumbrado a la placidez de su sueño.
Se alimenta de la tinta de mis venas que brotan del venero de mi sentido común que, curiosamente hoy, se ha declarado en huelga.
Son mis plegarias susurro en su sueño y el batir de sus alas el tañido de las campanas que en ocasiones tocan a muerto en mi honor.
Ha nacido tantas veces como ha sido olvidado siendo yo el fanal del que brota su negro fuego.
Nunca le dije que le iba a querer toda la vida, pero creo que me lo leyó en la frente. Tanta transparencia acabará por matarme.
Y mientras tanto Dios sigue apagado o fuera de cobertura. Guardaré mi rezo en el borrador hasta su regreso.
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